viernes, 7 de septiembre de 2012

Reflexiones


El ahora. Esa inestimable definición de realidad, tiempo y espacio convergentes. Significa muchas cosas, pero a la vez nada en absoluto. Desgracia para muchos, bendiciones singulares para otros. Ingrediente perpetuo de historias, acontecimientos y peripecias de la vida cotidiana.

Es precisamente el ahora quien me lleva a la interrogante ¿por qué estoy malgastando mi tiempo escribiendo esto? Quizá sea el aburrimiento. Quizá no. Sin duda hay un espacio de esparcimiento que se mezcla con el fastidioso menester de la espera. No obstante esa explicación no es del todo completa. Si he de hacer valer la justicia, entonces el verdadero culpable es la elección.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la elección se define como “libertad para obrar”. A su vez, libertad es “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Lo que significa que mi intención de culpar a la elección de mis actos es tan absurda como culpar a un simple espectador de las fallas de su equipo en algún momento crucial del partido. He tomado una decisión entre las diferentes opciones disponibles, por lo que yo soy el responsable de todo lo que elijo.

Esto me trae memorias de mi época de bachiller. En el curso de psicología (para dummies, o por lo menos ese debería ser el nombre) intentaron hacernos intelectualizar las ideas Freudianas del  Yo, Súper Yo y el Ello. El aburrimiento a un lado, se teoriza que sólo somos consientes del Yo, mientras que lo demás que está presente en nuestro cerebro es controlado por los otros dos invitados. Así que es posible que, aunque tomemos cierta decisión, no somos totalmente responsables de ella.

Ojalá hubiera tenido esos conceptos más a la mano cada vez que me metía en algún lío. No sé si hubiera logrado convencer a mi padre de eso, pero si duda esta vaga noción le hubiera resultado cómica. O por lo menos eso me hubiese gustado.

Así, los últimos tres párrafos sirven de ejemplo de cómo se puede divergir fácilmente de una idea.

En vista de lo anterior, vuelvo a la principal línea de pensamiento. Quizás este sea tan solo un ejercicio. El autor Gary Provost sugiere en sus libros que para comenzar a escribir es necesario calentar antes. Un concepto inusual, sin duda. Por otro lado, Melissa Cross, en sus DVDs para cantantes afirma que, a diferencia de la creencia popular, el calentamiento previo  a una presentación no es para templar las cuerdas vocales. Su auténtico propósito es promover la sinapsis entre el cerebro y los músculos del aparato fonador.

Tomando lo anterior en consideración, es totalmente creíble el concepto de calentar antes de comenzar a escribir. Dejar que los pensamientos fluyan directamente del cerebro a la yema de los dedos acelera el proceso preliminar a entrar en “la zona”.

La explicación de “la zona” varía de escritor en escritor, incluso entre los que no tienen noción de que semejante idea existía. En términos generales, para no entrar en nimiedades, “la zona” es un estado mental en el cual el tema a plasmar con caracteres fluye con facilidad. La apreciación de otras cosas e eventualidades ajenas al paradigma, opinión o tema en avance es disminuida e incluso, en ciertas circunstancias, eliminada por completo. En mi humilde opinión, la definición exacta del estado mental anhelado.

¿Cómo entrar en la zona? Esa pregunta presenta el mismo desafío que su definición a quien se crea tan audaz para atreverse a intentar contestarla.

Mientras estoy sentado en una de las muchas sillas de cierta popular cadena americana de café gourmet (eso quisieran), reconocidos por sus precios elevados y buena ambientación, promovidas por los tonos marrones de su decoración y la elección adecuada de música (jazz, por supuesto), me surge lo que, por lo menos para mi, es la respuesta a esa pregunta. Infelizmente, no es una contestación que me satisfaga. Percato-me de lo dependiente que me vuelto de elementos externos para entrar.

Cierto, mea culpa. He dejado que mi cerebro sólo quiera producir ciertas acciones cuando estoy en el ambiente adecuado, tomando la bebida correcta mientras escucho música apropiada. Incluso, he notado una correlación entre la canción que escucho y la velocidad con la que pienso y escribo. Por ende, en casi todo lo que hago. No más speed metal mientras conduzco.

Eso es una interesante paradoja. Depender de elementos externos para luego lograr aislarlos por completo. Tal vez mi siguiente columna debería ser sobre ese tema. Pero  de pronto, voilá, tengo una clara epifanía. Soy escritor de música. Quizás periodista de vez en cuando. No estoy calificado para opinar sobre psicología. Francamente, ni siquiera estoy interesado en hacerlo. Intención descartada. Sin más ni menos.

Algunas líneas más, otra distracción. Es interesante como fluye todo. El ritmo que lleva. Por momentos sólo escribo lo que sigue. El segundo siguiente, las ideas llegan como avalancha y tengo que adelantarme a ellas, con la misma gracia y precisión de un mocos de 12 años en su primera lección de snowboarding.

Continuará...

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