El ahora. Esa inestimable definición de realidad, tiempo y espacio
convergentes. Significa muchas cosas, pero a la vez nada en absoluto. Desgracia
para muchos, bendiciones singulares para otros. Ingrediente perpetuo de
historias, acontecimientos y peripecias de la vida cotidiana.
Es precisamente el ahora quien me lleva a la interrogante ¿por qué
estoy malgastando mi tiempo escribiendo esto? Quizá sea el aburrimiento. Quizá
no. Sin duda hay un espacio de esparcimiento que se mezcla con el fastidioso
menester de la espera. No obstante esa explicación no es del todo completa. Si
he de hacer valer la justicia, entonces el verdadero culpable es la elección.
Según el diccionario de la Real Academia Española, la elección se
define como “libertad para obrar”. A su vez, libertad es “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de
otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Lo que significa
que mi intención de culpar a la elección de mis actos es tan absurda como
culpar a un simple espectador de las fallas de su equipo en algún momento
crucial del partido. He tomado una decisión entre las diferentes opciones
disponibles, por lo que yo soy el responsable de todo lo que elijo.
Esto me trae memorias de mi época de bachiller. En el curso de
psicología (para dummies, o por lo menos ese debería ser el nombre) intentaron
hacernos intelectualizar las ideas Freudianas del Yo, Súper Yo y el Ello. El aburrimiento a un
lado, se teoriza que sólo somos consientes del Yo, mientras que lo demás que
está presente en nuestro cerebro es controlado por los otros dos invitados. Así
que es posible que, aunque tomemos cierta decisión, no somos totalmente
responsables de ella.
Ojalá hubiera tenido esos conceptos más a la mano cada vez que me
metía en algún lío. No sé si hubiera logrado convencer a mi padre de eso, pero
si duda esta vaga noción le hubiera resultado cómica. O por lo menos eso me
hubiese gustado.
Así, los últimos tres párrafos sirven de ejemplo de cómo se puede
divergir fácilmente de una idea.
En vista de lo anterior, vuelvo a la principal línea de
pensamiento. Quizás este sea tan solo un ejercicio. El autor Gary Provost
sugiere en sus libros que para comenzar a escribir es necesario calentar antes.
Un concepto inusual, sin duda. Por otro lado, Melissa Cross, en sus DVDs para
cantantes afirma que, a diferencia de la creencia popular, el calentamiento
previo a una presentación no es para
templar las cuerdas vocales. Su auténtico propósito es promover la sinapsis
entre el cerebro y los músculos del aparato fonador.
Tomando lo anterior en consideración, es totalmente creíble el
concepto de calentar antes de comenzar a escribir. Dejar que los pensamientos
fluyan directamente del cerebro a la yema de los dedos acelera el proceso
preliminar a entrar en “la zona”.
La explicación de “la zona” varía de escritor en escritor, incluso
entre los que no tienen noción de que semejante idea existía. En términos
generales, para no entrar en nimiedades, “la zona” es un estado mental en el
cual el tema a plasmar con caracteres fluye con facilidad. La apreciación de
otras cosas e eventualidades ajenas al paradigma, opinión o tema en avance es
disminuida e incluso, en ciertas circunstancias, eliminada por completo. En mi
humilde opinión, la definición exacta del estado mental anhelado.
¿Cómo entrar en la zona? Esa pregunta presenta el mismo desafío
que su definición a quien se crea tan audaz para atreverse a intentar
contestarla.
Mientras estoy sentado en una de las muchas sillas de cierta popular
cadena americana de café gourmet (eso quisieran), reconocidos por sus precios
elevados y buena ambientación, promovidas por los tonos marrones de su
decoración y la elección adecuada de música (jazz, por supuesto), me surge lo
que, por lo menos para mi, es la respuesta a esa pregunta. Infelizmente, no es
una contestación que me satisfaga. Percato-me de lo dependiente que me vuelto
de elementos externos para entrar.
Cierto, mea culpa. He
dejado que mi cerebro sólo quiera producir ciertas acciones cuando estoy en el
ambiente adecuado, tomando la bebida correcta mientras escucho música
apropiada. Incluso, he notado una correlación entre la canción que escucho y la
velocidad con la que pienso y escribo. Por ende, en casi todo lo que hago. No
más speed metal mientras conduzco.
Eso es una interesante paradoja. Depender de elementos externos
para luego lograr aislarlos por completo. Tal vez mi siguiente columna debería
ser sobre ese tema. Pero de pronto, voilá, tengo una clara epifanía. Soy
escritor de música. Quizás periodista de vez en cuando. No estoy calificado
para opinar sobre psicología. Francamente, ni siquiera estoy interesado en
hacerlo. Intención descartada. Sin más ni menos.
Algunas líneas más, otra distracción. Es interesante como fluye
todo. El ritmo que lleva. Por momentos sólo escribo lo que sigue. El segundo
siguiente, las ideas llegan como avalancha y tengo que adelantarme a ellas, con
la misma gracia y precisión de un mocos de 12 años en su primera lección de
snowboarding.
Continuará...
Continuará...
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