martes, 18 de septiembre de 2012

Reflexiones II


Cont. de reflexiones I

La premura es vital. Un segundo de retraso se traduce en comenzar a contemplar las pérdidas. Siempre he creído que las ideas son lo segundo más valioso que un ser humano puede producir en la vida, o incluso lo primero, desde que se integren con la adoración verdadera, pero en este momento no discutiré ese asunto.

Regresando a la línea de pensamiento por enésima vez, la pérdida de ideas es peor, por mucho, que la pérdida monetaria o de cualquier otra índole. Es algo simple. El dinero puede hacerse de nuevo. La salud, si se pierde, la persona muere. Gran cosa. Para eso existe la esperanza de la resurrección. Pero las ideas perdidas se van. Muchas veces para siempre.

Pensando sobre la frustración, admito con renuencia y a la vez llaneza, que esta me ha acompañado mucho últimamente. No por factores  inherentes a mi vida cotidiana. En ese sentido todo está mejor que nunca. La causa es la ya mencionada pérdida de las ideas.

Ahora entiendo por qué muchos escritores se alejan de todo. Cambiar de rutina y estar aislado, lejos de lo cotidiano, facilita la persecución de las ideas, mismas que de otra forma son susceptibles de perderse ante cualquier distracción.

Alguna vez escuché que se le llamaba a los smartphones esposas electrónicas. En cierto sentido lo son. Si he de culpar a uno  de los principales distractores, entonces sería sin duda a mi renuencia a apagar el teléfono. ¿Será una forma sutil de nomofobia?

Desde que tengo memoria, ha sido una proclamación habitual de mi parte mi rechazo público a la tecnología. Pero conforme pasa el tiempo me doy cuenta de que en este ámbito en particular podría acusárseme acertadamente de hipocresía. Digo no ser su mayor fan, pero a la vez suscribo unas 6 publicaciones electrónicas, hace años que no leo ni una sola atalaya y despertad ya que lo he substituido por escucharlas via podcast, he rechazado la utilización de amplificadores análogos por un Axe FX II, miro mi iPhone cada 5 minutos, mi puesto es director de prensa “digital” y lo peor de todo, escribo esto en una computadora mac.

Si ser hipócrita es un gran pecado, mas me vale entonces darme por muerto. Entonces ¿dónde queda la coherencia? El temor ha hacer el mismo análisis en otros factores de mi vida se hace patente.

Sin embargo, con temor y todas sus desdichadas relaciones, mi cerebro me juega una trampa. El mejor ejemplo disponible brilla en la oscuridad. Amo tocar guitarra. De verdad, si pudiera no trabajar un solo día en mi vida (y eso incluye lo espiritual), sería guitarrista profesional. Sin embargo a veces dejo que pasen días sin que mi dedos toquen aquellas exquisitas cuerdas que claman por mis caricias.

No creo ser inconstante. Cierto, me aburro con una rapidez colosal. Por otro lado, sostengo haber sido perseverante en las cosas importantes de mi vida. Entonces, ¿qué he hecho mal en ese tema? ¿Será que mi super yo sabe que no debería distraerme?

Lo anterior plantea un tema para análisis de lo más interesante. Tengo un trabajo, gano dinero, y aún así logro hacer mi 70 horas de predicación. Eso y más. En toda teoría podría darme el lujo de tocar sin ningún sentido de culpa por, por lo menos, un par de horas al día. Lo que es más, desde que estaba en la universidad eliminé de mi mente el paradigma de dos días de descanso obligatorios.

Me siento obligado a trabajar, o hacer algo útil, cada momento en el que estoy despierto. Cuando no lo hago, un sentimiento de culpa me invade. Como sucede precisamente cuando toco guitarra. El único momento en que logro aislarlo es cuando tengo examen próximamente.

Irónicamente, cuando estoy sentado los lunes en la noche viendo el Monday Night Football, no siento eso. Como si mi mente lo procesara como algo elemental. Es más, hasta  siento incomodidad de hacer cualquier otra cosa en ese momento, ¡aunque los equipos que juegan ni siquiera me importen!

Lo anterior me indica que sí es posible engañarme, o mejor dicho, auto programarme. ¡felicidades a mi mismo! He descubierto algo que ya es sabido desde por lo menos finales del siglo XIX. Pero de nada me sirve si no sé cómo acceder a mi propio código. La hipnosis está fuera de toda consideración. Entonces debo encontrar alguna otra manera.

Quizá la oración sea la clave. Me llama mucho la atención el hecho de que Jesús pida que roguemos repetidamente por lo que queremos. Como si Jehová necesitara que le recordáramos a cada rato lo que necesitamos. Entonces, sólo puedo concluir que es por beneficio propio. Al orar repetidamente sobre un tema en específico, nos estamos auto programando para llevarlo a cabo. Jehová facilita, pero nosotros lo hacemos. Es como el promotor que consigue la pelea, pero nosotros tenemos que entrenar.

Me encantaría seguir pensando en el proceso de recabar ideas, pero la verdad es que he tenido que volver a leer las primeras líneas de este escrito. La desviación ha sido definitiva esta vez.

Continuará...

viernes, 7 de septiembre de 2012

Reflexiones


El ahora. Esa inestimable definición de realidad, tiempo y espacio convergentes. Significa muchas cosas, pero a la vez nada en absoluto. Desgracia para muchos, bendiciones singulares para otros. Ingrediente perpetuo de historias, acontecimientos y peripecias de la vida cotidiana.

Es precisamente el ahora quien me lleva a la interrogante ¿por qué estoy malgastando mi tiempo escribiendo esto? Quizá sea el aburrimiento. Quizá no. Sin duda hay un espacio de esparcimiento que se mezcla con el fastidioso menester de la espera. No obstante esa explicación no es del todo completa. Si he de hacer valer la justicia, entonces el verdadero culpable es la elección.

Según el diccionario de la Real Academia Española, la elección se define como “libertad para obrar”. A su vez, libertad es “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Lo que significa que mi intención de culpar a la elección de mis actos es tan absurda como culpar a un simple espectador de las fallas de su equipo en algún momento crucial del partido. He tomado una decisión entre las diferentes opciones disponibles, por lo que yo soy el responsable de todo lo que elijo.

Esto me trae memorias de mi época de bachiller. En el curso de psicología (para dummies, o por lo menos ese debería ser el nombre) intentaron hacernos intelectualizar las ideas Freudianas del  Yo, Súper Yo y el Ello. El aburrimiento a un lado, se teoriza que sólo somos consientes del Yo, mientras que lo demás que está presente en nuestro cerebro es controlado por los otros dos invitados. Así que es posible que, aunque tomemos cierta decisión, no somos totalmente responsables de ella.

Ojalá hubiera tenido esos conceptos más a la mano cada vez que me metía en algún lío. No sé si hubiera logrado convencer a mi padre de eso, pero si duda esta vaga noción le hubiera resultado cómica. O por lo menos eso me hubiese gustado.

Así, los últimos tres párrafos sirven de ejemplo de cómo se puede divergir fácilmente de una idea.

En vista de lo anterior, vuelvo a la principal línea de pensamiento. Quizás este sea tan solo un ejercicio. El autor Gary Provost sugiere en sus libros que para comenzar a escribir es necesario calentar antes. Un concepto inusual, sin duda. Por otro lado, Melissa Cross, en sus DVDs para cantantes afirma que, a diferencia de la creencia popular, el calentamiento previo  a una presentación no es para templar las cuerdas vocales. Su auténtico propósito es promover la sinapsis entre el cerebro y los músculos del aparato fonador.

Tomando lo anterior en consideración, es totalmente creíble el concepto de calentar antes de comenzar a escribir. Dejar que los pensamientos fluyan directamente del cerebro a la yema de los dedos acelera el proceso preliminar a entrar en “la zona”.

La explicación de “la zona” varía de escritor en escritor, incluso entre los que no tienen noción de que semejante idea existía. En términos generales, para no entrar en nimiedades, “la zona” es un estado mental en el cual el tema a plasmar con caracteres fluye con facilidad. La apreciación de otras cosas e eventualidades ajenas al paradigma, opinión o tema en avance es disminuida e incluso, en ciertas circunstancias, eliminada por completo. En mi humilde opinión, la definición exacta del estado mental anhelado.

¿Cómo entrar en la zona? Esa pregunta presenta el mismo desafío que su definición a quien se crea tan audaz para atreverse a intentar contestarla.

Mientras estoy sentado en una de las muchas sillas de cierta popular cadena americana de café gourmet (eso quisieran), reconocidos por sus precios elevados y buena ambientación, promovidas por los tonos marrones de su decoración y la elección adecuada de música (jazz, por supuesto), me surge lo que, por lo menos para mi, es la respuesta a esa pregunta. Infelizmente, no es una contestación que me satisfaga. Percato-me de lo dependiente que me vuelto de elementos externos para entrar.

Cierto, mea culpa. He dejado que mi cerebro sólo quiera producir ciertas acciones cuando estoy en el ambiente adecuado, tomando la bebida correcta mientras escucho música apropiada. Incluso, he notado una correlación entre la canción que escucho y la velocidad con la que pienso y escribo. Por ende, en casi todo lo que hago. No más speed metal mientras conduzco.

Eso es una interesante paradoja. Depender de elementos externos para luego lograr aislarlos por completo. Tal vez mi siguiente columna debería ser sobre ese tema. Pero  de pronto, voilá, tengo una clara epifanía. Soy escritor de música. Quizás periodista de vez en cuando. No estoy calificado para opinar sobre psicología. Francamente, ni siquiera estoy interesado en hacerlo. Intención descartada. Sin más ni menos.

Algunas líneas más, otra distracción. Es interesante como fluye todo. El ritmo que lleva. Por momentos sólo escribo lo que sigue. El segundo siguiente, las ideas llegan como avalancha y tengo que adelantarme a ellas, con la misma gracia y precisión de un mocos de 12 años en su primera lección de snowboarding.

Continuará...