Cont. de reflexiones I
La premura es vital. Un segundo de retraso se traduce en comenzar
a contemplar las pérdidas. Siempre he creído que las ideas son lo segundo más
valioso que un ser humano puede producir en la vida, o incluso lo primero,
desde que se integren con la adoración verdadera, pero en este momento no
discutiré ese asunto.
Regresando a la línea de pensamiento por enésima vez, la pérdida
de ideas es peor, por mucho, que la pérdida monetaria o de cualquier otra
índole. Es algo simple. El dinero puede hacerse de nuevo. La salud, si se
pierde, la persona muere. Gran cosa. Para eso existe la esperanza de la
resurrección. Pero las ideas perdidas se van. Muchas veces para siempre.
Pensando sobre la frustración, admito con renuencia y a la vez
llaneza, que esta me ha acompañado mucho últimamente. No por factores inherentes a mi vida cotidiana. En ese
sentido todo está mejor que nunca. La causa es la ya mencionada pérdida de las
ideas.
Ahora entiendo por qué muchos escritores se alejan de todo.
Cambiar de rutina y estar aislado, lejos de lo cotidiano, facilita la
persecución de las ideas, mismas que de otra forma son susceptibles de perderse
ante cualquier distracción.
Alguna vez escuché que se le llamaba a los smartphones esposas
electrónicas. En cierto sentido lo son. Si he de culpar a uno de los principales distractores, entonces sería
sin duda a mi renuencia a apagar el teléfono. ¿Será una forma sutil de
nomofobia?
Desde que tengo memoria, ha sido una proclamación habitual de mi
parte mi rechazo público a la tecnología. Pero conforme pasa el tiempo me doy
cuenta de que en este ámbito en particular podría acusárseme acertadamente de
hipocresía. Digo no ser su mayor fan, pero a la vez suscribo unas 6
publicaciones electrónicas, hace años que no leo ni una sola atalaya y
despertad ya que lo he substituido por escucharlas via podcast, he rechazado la
utilización de amplificadores análogos por un Axe FX II, miro mi iPhone cada 5
minutos, mi puesto es director de prensa “digital” y lo peor de todo, escribo
esto en una computadora mac.
Si ser hipócrita es un gran pecado, mas me vale entonces darme por
muerto. Entonces ¿dónde queda la coherencia? El temor ha hacer el mismo
análisis en otros factores de mi vida se hace patente.
Sin embargo, con temor y todas sus desdichadas relaciones, mi cerebro me juega una trampa. El
mejor ejemplo disponible brilla en la oscuridad. Amo tocar guitarra. De verdad,
si pudiera no trabajar un solo día en mi vida (y eso incluye lo espiritual),
sería guitarrista profesional. Sin embargo a veces dejo que pasen días sin que
mi dedos toquen aquellas exquisitas cuerdas que claman por mis caricias.
No creo ser inconstante. Cierto, me aburro con una rapidez
colosal. Por otro lado, sostengo haber sido perseverante en las cosas
importantes de mi vida. Entonces, ¿qué he hecho mal en ese tema? ¿Será que mi
super yo sabe que no debería distraerme?
Lo anterior plantea un tema para análisis de lo más interesante.
Tengo un trabajo, gano dinero, y aún así logro hacer mi 70 horas de
predicación. Eso y más. En toda teoría podría darme el lujo de tocar sin ningún
sentido de culpa por, por lo menos, un par de horas al día. Lo que es más,
desde que estaba en la universidad eliminé de mi mente el paradigma de dos días
de descanso obligatorios.
Me siento obligado a trabajar, o hacer algo útil, cada momento en
el que estoy despierto. Cuando no lo hago, un sentimiento de culpa me invade.
Como sucede precisamente cuando toco guitarra. El único momento en que logro
aislarlo es cuando tengo examen próximamente.
Irónicamente, cuando estoy sentado los lunes en la noche viendo el
Monday Night Football, no siento eso. Como si mi mente lo procesara como algo
elemental. Es más, hasta siento
incomodidad de hacer cualquier otra cosa en ese momento, ¡aunque los equipos
que juegan ni siquiera me importen!
Lo anterior me indica que sí es posible engañarme, o mejor dicho, auto
programarme. ¡felicidades a mi mismo! He descubierto algo que ya es sabido
desde por lo menos finales del siglo XIX. Pero de nada me sirve si no sé cómo
acceder a mi propio código. La hipnosis está fuera de toda consideración.
Entonces debo encontrar alguna otra manera.
Quizá la oración sea la clave. Me llama mucho la atención el hecho
de que Jesús pida que roguemos repetidamente por lo que queremos. Como si
Jehová necesitara que le recordáramos a cada rato lo que necesitamos. Entonces,
sólo puedo concluir que es por beneficio propio. Al orar repetidamente sobre un
tema en específico, nos estamos auto programando para llevarlo a cabo. Jehová
facilita, pero nosotros lo hacemos. Es como el promotor que consigue la pelea,
pero nosotros tenemos que entrenar.
Me encantaría seguir pensando en el proceso de recabar ideas, pero
la verdad es que he tenido que volver a leer las primeras líneas de este
escrito. La desviación ha sido definitiva esta vez.
Continuará...