miércoles, 10 de octubre de 2012

Confesión



Una confesión debe ser hecha. Una en la cual deje al descubierto mi verdadero yo. Con lo anterior me arriesgo a agrietar una máscara que me ha protegido desde mi pre-adolescencia; y vaya que con los años le he adquirido inmensa estima y aprecio.


Las inseguridades son algo que aquejan a cualquier ser humano. Incluso Jesús llegó a decir en sus últimos momentos “remueve de mi esta copa”, siendo él un ejemplar perfecto. Así que suponer que soy diferente es absurdo, llegando al extremo del ridículo. 


Sin embargo, aún dicho lo anterior, quizás en el fondo soy más vulnerable que muchas personas a ello. En este momento preciso, durante en cual mis dedos se deslizan rápidamente sobre el teclado, mi mente no está al 100% sobre el texto que escribo. Una parte de mi sigue pendiente del asunto que me perturba.


Esta es mi confesión para ti, mi querida amiga que lees estas líneas (sabes bien quién eres). Aunque a veces te digo que todo es simple, pues, en efecto lo es, a mi también, muy de vez en cuando, me afectan mis propias inseguridades y miedos.


Lee lo que tengo que decirte, pues esto jamás lo admitiría por la vía oral. En este momento lo que me aqueja es mi relación de amor y odio con el mercado de divisas.


He operado el Forex desde hace ya casi un par de años, en los cuales he tenido un éxito moderado y errores garrafales. Creo que es normal. Se dice que se necesitan dos años para aprender a hacerlo correctamente. El problema es que en unos meses llegaré a esa marca y mis mejoras han sido mínimas. De hecho, desde hace dos semanas estoy en una racha perdedora.


Si esto fuera únicamente una fuente de ingreso adicional, cosa que de momento es, no me preocuparía demasiado. El problema es que dentro de menos de 6 meses se convertirá en la principal. No sé si estaré preparado. Confío en que mejoraré, además de que en enero tomaré un curso que en teoría asegurará que así sea. Pero de nuevo, las inseguridades se hacen patentes.


Es fastidioso ver como uno o dos detalles irrelevantes nublan la percepción de bienestar de la vida. Ayer mismo comentaba animadamente de lo bien que está mi vida en general en este momento. Pero siempre hay un par de cosas que destruyen esa percepción.


Creo que mi máscara, al usarla tanto tiempo, se ha vuelta tan integral en mi personalidad, que legítimamente hay momentos en los que esto no me preocupa. Pero hay otros donde es lo contrario. Ojalá tuviera la fórmula de que funcionara.


¿Pero qué coño estoy escribiendo? Lo anterior parece escrito por un marica en temporada de helado. Por supuesto que la conozco. Tan invocada por mis paisanos en todo momento. Está justo en frente de mis narices. Es simplemente mandar todo a ¡CHING*R A SU MADRE!


Si el forex no funciona, lo seguiré operando hasta que it becomes my bitch. Si estoy hecho un marrano, pues para eso ya pagué los siguientes tres meses de gimnasio. Si de momento el proyecto del periódico va bajando el ritmo, entonces cortaré la cabeza que no funciona y traeré a alguien más. Muy sencillo.


Debería ser meritorio de pena capital, o por lo menos de cadena perpetua, dejar que nimiedades arruinen días perfectos de lluvia como este. A los culpables los pondrían en cárceles, asignados a celdas entre asesinos y pederastas. Y si les da la bienvenida un comité conformado por 17 negros sedientos de acción, eso sería aún mejor.


Así es como lo hacía mi viejo, como yo lo he hecho hasta ahora, y ha funcionado bastante bien. Ojalá pudiera partirme en dos para que mi otro lado me metiera una golpiza épica y se me quitara lo joto. Pero en fin. Creo que he terminado de lloriquear. Este ha sido un excelente calentamiento. Ha llegado el momento de trabajar. Ahora manos a la obra.